Desde las ondulantes notas de su radio descubrió los fascinantes secretos de la vida. Los saboreó palabra por palabra. De ahí no salió del estupor de esta grande revelación. Tomó nota de cada pericia que había hecho en la vida, llenando cuardenos, notas, papeles higiénicos… Hasta su propia piel. Era tanto, tanto.
Su casa más pequeña de lo que era ayer, todo le parecía diminuto, sencillo y fácil. La sonrisa era un activo permanente en su cara. Así caminó por veredas, calles, trazando el rumbo verdadero que en su cabeza se afirmaba. Lo lograría.
Llegará.
Era tal evento maravilloso que los polvos estelares mojaban su piel, iluminando aquel oscuro espacio en que su cuerpo flotaba. Todavía sonreía, desnuda. Nada podía perturbarla, ni encausarla a otro fin. Ya había llegado al final univoco. Era una con el Todo. Sus piernas eran hermosas como otros que andaban como ella.
Despierta.
Era hora de trabajar. De hecho, ya era tarde. El café colado lo tomó frío, el tostado también. No hubo ducha y apenas se cepilló los dientes. En su centrífuga manera de andar, terminó todo rápido como para no ser despedida después. Era un arduo quehacer levantarse temprano cuando un día anterior se habían perdido las ganas de vivir.
Abrió la puerta, dio unos pasos más afuera. Parada ahí suspiró. No vio aquella casa pequeña atrás, pero la imaginó. Y siguió su camino.
Ella flotaba. Ella era polvo de estrellas. Ella era infinita.
Pronunció algo lentamente desde sus adentros. Un mantra.
Ahora hacía falta comprar los huevos para el desayuno de mañana.
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