El inmortal Joe pasó dos milenios esperando a que volviera el nuevo profeta de la era de la información; pero, un día cualquiera, fue al supermercado a comprar un chilli enlatado, ese que tanto le gustaba, sin saber que Julio Martínez, un dipsómano recién enviudado, no había tomado las medidas sanitarias pertinentes, y que se paseó, falto de cubre bocas y de higiene, junto con el virus, por los pasillos del complejo, infectando uno a uno de los compradores; hasta llegar a Joe, que pensativo analizaba si comprar esa comida picante de una u otra marca.
Tras unos días, el inmortal Joe cayó en cuenta que una tos lo dejaba sin consuelo, ya que era seca y muy molesta. Todavía a la espera del mesías, no le importó que un simple resfriado lo acongojara. Horas después, hospitalizado, recordando con soberbia cómo sobrevivió a la peste negra, verde y azul, guerras extensas, hasta pobreza extrema, no duró mucho para exhalar su último suspiro.
Así, de inmortal, pasó a ser como cualquier otro ser perecedero… por el descuido de un Julio Martínez.
Meses después, en efecto, nació el mesías.
Sin embargo, fue en otro planeta, en otra galaxia.
Errores de cálculos cabalísticos.
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