
Lo veía moverse, midiendo cada afanoso paso que daba. Parecía no darse cuenta de su presencia, estaba abstraído en su ansioso ensayo para la siguiente escena, memorizando diálogos impávidos e huidizos… No sabía que su asesino estaba en la sombra de su ignorancia. En unos segundos más, quizás en un minuto, pasaría lo inevitable para dar apertura a la dulce venganza, mientras entre las tinieblas llameaban ojos llenos de furia.
Era la única salida de tan fuerte deseo.
Cuando sus manos sostenían la daga, una leve añoranza le infundió un suave brío de alegría, sintiendo el afán de una danza macabra, un vals bañado en sangre, una orgía de placeres nigrománticos…
Se encontraban juntos los dos, por fin. Tanto había esperado este momento, que emergieron grietas de angustia de tanto meditarlo. Sus partes bajas chillaban de placer, sus dedos parecían dormirse de la excitación provocaba por el preámbulo del arte…
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