
Estuvimos toda la noche discutiendo lo sucedido, y cada pormenor me causó un estremecimiento que, sin dejar de mirar a la vela menguante y a mi interlocutor, vi que el mundo se volvía más oscuro e inhóspito ante mis ansiosos ojos.
Así fue, así lo vivimos, una noche escandalosa y llena de locura, perdiendo la fe que algún día todo mejorara, mientras cada hora se marchitaba en la locura que retrocedería nunca jamás.
La noche era fría, llena de pena, y el hálito de los mortales salía con un fresco olor a muerte. Mi familia y yo creímos que las cosas pasarían tranquilas, como cada temporada que veníamos acá, a la tierra de mis padres. Estábamos en la nada, por lo que nos ayudaba a tener un breve descanso de la rutina urbana y su insufrible ruido de cláxones y rampantes locomotoras.
Tomé la mano de mi querida, haciéndole creer…
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