Vampiqueño | Cuento (Absurdo, Fantasía, Terror)

Don Porfirio es un vampiro austero, prototípico y viejo en apariencia. Dicen que proviend e Tampico.

No le gusta el sol, le quema lo suficiente como para gritar de dolor; chupa sangre humana, ha vivido cientos de años, así desde los tiempos de la colonia. Ha leído miles y miles de libros; le desagradan las películas. Y consume menta para disipar su olor a sangre fresca o de carne pútrida.

Este día en específico encontró la manera de salir de su casa sin que los vecinos lo miraran con ojos de curiosidad; él ya es un viejo del barrio que llevaba mucho tiempo con cara de poca vida, suscitando teorías que él ya tuvo que petatearse por una u otra razón, pero ahí estaba, cada noche, saliendo con su anticuada gabardina, aun con todo el calor del mundo, para merodear en el ambiente nocturno que ningún anciano en su sano juicio le apetecería envolverse.

Así, saliendo del caño que estaba conectado en su sótano, sale por la calle San Isidro. Ningún cristiano lo ve salir con sus colmillos bien alegres, aguantando las risotadas diabólicas muy sui géneris de un chupasangre, pero con notorios achaques de alguien con avanzada edad. Es hora del almuerzo, que la cena es antecito de la madrugada.

La dieta saludable de un vampiro es entre 10 a 14 chupadas veces por semana, distribuyéndolas de 1 a 2 víctimas al día. Obviamente, esto es momentáneo, porque pueden tomar sus tiempos de descanso, entrando a un estado soporífero del cual no salen por meses, o hasta años. Todo depende de las circunstancias o la edad vampírica del este tipo de ser nocturno.

Él, don Porfirio, como vampiro nunca fue joven, siempre, aun con sus capacidades sobrenaturales, le dan achaques de anciano, dolores de huesos o una disfunción eréctil que no puede aliviar ni con 10 litros de sangre; que aquella vez, en una terrible escaramuza en que él fue capitán realista, aprovechó de sus víctimas la sangre que poco les quedaba, y se empachó de tanta sangre, que le hizo vomitar y tener horribles soponcios que no acaban sino en meses de ayuno y plegarias a dioses blancos y oscuros.

Error que evitará ahora porque, realmente no tiene apetito. Lo que quiere, y siempre ha disfrutado más, es bailar. Cumbia, salsa, tango, rancheras, danza africana; de todo lo que venga, pero nada mejor que las cumbias y boleros, como las de antes; y las románticas, las predilectas. El resultado, aparte del rito de pasaje dancístico, está el de la víctima, mujeres, de preferencia señoras solteras, que hipnotiza con sus perfectos pasos de danzante, que las emboba por sus capacidades extraordinarias para un viejito que baila mucho mejor que cualquier joven; y en efecto, hasta las muchachas jóvenes se le acercaban, porque es divertido bailar con un señor que bien puede ser su abuelo, o bisabuelo. Ya después, en una escapadita, o esquina, a oscuras, tomaría prestada un poco de su sangre, para dejarlas un tanto mareadas, con calidad amnésica de lo recién sucedido, y volver a la pista,  a bailar hasta que el sol se asome; y correr o volar hacia su escondrijo, el de siempre.

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