Máscara contra Asaltadera | Cuento (Thriller)

Esa noche Solecito dejó sus botas en el cuadrilátero, después de perder la máscara, y se fue a rondar por las avenidas, sin dirección fija.

Los amontonamientos de jóvenes alebrestados se le quedaban viendo, como si lo reconocieran de algún lugar; él, con su capa dorada, se cubría un poco la faz, para que no lo descubrieran. Pero nadie lo saludó, ni lo señalaron diciendo “¡Ahí, va! ¡Ahí va!”. Era raro, sentía un alivio y a la vez un dolor de no ser reconocido.

Oh, triste noche, triste momento.

Solecito tuvo que vender su personaje porque el dinero faltaba y le urgía un pago bueno para sobrevivir el mes que viene.

Con mucho agravio existencialista, dijo un «chale».

Así pasó más tiempo, hasta que un ángel drogado, de esos que cayeron hace decenas de miles de años al plano terrestre, lo vio y se conmovió. Hace tiempo que no sentía un bien por algún humano, regularmente prefería hacerse pasar por un drogadicto o un merolico que vende siluetas danzantes, pero esta vez, con ojos de divinidad brillante, le envió un mensaje a su cabeza y le dijo “Roba un banco, y las cosas irán mejor”; tal texto insertado en su mente caló hasta en lo más hondo.

Solecito llevaba tiempo pensando en asaltar una joyería que está a la vuelta de la esquina de su vecindario, sin embargo, pensar en que su mamá le diera se le parara el corazón al verlo con un montón de piedras preciosas, se le quitaba el antojo de cometer el ilícito. 

Y caló más hondo.

Su mamá necesitaba el dinero, porque Humberto, el hombre detrás de la máscara, necesitaba pagar los medicamentos de su madre, ya que, por apoyar a un político de izquierdas, el gobierno federal le quitó el seguro social a él y a su pobre mamacita, dejándolos solos, sin mucho con qué abastecerse.

Así, sin pensarle más, decidió en robar un banco, pedirle paro a su compadre El Brincolín, para asaltar un banco local y repartirse el botín.

El ángel, que bien podía escuchar los suspiros de nuestras mentes, sonrió por su buena hazaña y aspiró más del diluyente que le quedaba.

[…]

Brincolîn había muerto de una bala en la cabeza.

No sabían que un famoso político estaba cerca y la guardia nacional les cayó como enjambre encabronado. Él tuvo más suerte, porque la moto evadió a un camión que cargaba muebles, sirvió de obstáculo para las SUV que lo perseguían.

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