La puertaventana | Cuento (Absurdo, Fantasía)

En el humilde comedor, junto a la estancia, estaba ese conjunto bifurcado de viñetas y cristales dando la vista al misterioso exterior. Dora, la primera en despertar, movió sus piernas hacia aquel lugar.

Un sol naciente, dos promontorios pedregosos que lo acompañaban allá, a lo lejos…

Abrió aquel pequeño portal porque parecía ser la hora del alba, pero el mundo le mintió; por esto la familia Rodríguez cayó en el diabólico hechizo apocalíptico de aquellos que irrumpieron en el plano terrestre, devorando sus psiquis, domesticando sus cuerpos, acabando con todo lo que fuera cristiano, náhuatl, yoreme, judío, morisco… hasta los peces lo resintieron.

No hay cielo, mar o suelo que se haya salvado.

La puertaventana, el último resquicio de defensa contra el mal, ahora había sido vulneranda, dejando entrar espíritus horrendos de colas apestosas, dientes famélicos, alargados y letales que muerden sin dolor físico, sólo espiritual; corroen el alma hasta que se vuelven uno por ósmosis infernal y el pasado carnal se disuelve, o mejor dicho, desaparece.

Esto pasó en un lejano 2012, en otro universo.

Mientras tanto, allá, en aquel para-universo donde un gran porcentaje de los humanos sufren de obesidad o trastornos egoísticos de superioridad, ciertos pseudo-científicos y escritores mediocres ensayaron tal catástrofe en libros proféticos sobre el fin del mundo mexica, o Azteca, según sus intelectualidades engañadas, haciendo pensar a este humano alterno que ese año será el último de sus vidas, que todo cambiará para perjuicio de los mortales, y por eso mismo se les tiene que echar toda la culpa a los peregrinos de Aztlán y a sus primos los mayas por ser mal agoreros.

Sin embargo, nada pasó. Sólo un demonio osó traspasar el velo entre los gusanos transportadores, viajando hasta acá, con la creencia de que todos sus correligionarios le seguirían en el etéreo paso… No obstante, fueron él y sus más cercanos hermanos demoníacos los únicos osados que emprendieron tal viaje cósmico, pero ninguno de los otros sobrevivió. Edna, su novia, se quedó en el Averno con otro espíritu del orden mefistofélico, donde la victoria se tenía con certeza en otro universo. Entonces, este espíritu pionero, al verse relativamente solitario y rotundamente derrotado, prefirió acabar con todo: explotó, dejó que sus partículas se deformaran para expandirse como un virus que entraba por los ojos, oídos y pulmones de los mortales, así como un ejército sub-molecular de su propia sutil esencia sin necesidad de nadie más.

El primero que lo respiró fue un tal Ronald, de Illinois, obsesionado con los rusos y las mujeres que rentan su amor por un par de dólares. Al ebsorver ese agente extraterrestre, sus pulmones se llenaron de esa nueva materia, inundándose de inmediato hasta el cerebro, y lo primero que pensó fue en “Neoliberalismo”.

Sonrió.

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