Me han contado, y no fue un tal Borges, que la mística que reside en el cosmos, cae en una alternancia cíclica, la cual siempre de una edad nefasta viene otra de oro.
Una serie sin fin cabalística.
¿O una lucha de clases de las múltiples realidades?
¿Ah? ¿Acaso el Universo leyó a Marx o a su queridísimo compañero Engels?
Entonces, astros y proletariado interestelar, ¡levántense y tomemos todas las periferias siderales!
Bueno. La verdad es que no es para tanto. Digo, el poder debería de residir en el mismísimo pueblo, ¿no? En el poderoso vox populi; pero, ni modo, esta historia no necesariamente toma este rumbo. Ni astral, ni económico. No. Porque este relato, en parte, trata de las hazañas científicas de un químico biólogo, ucraniano por nacimiento, ruso por convicción, que encontró la manera de sustraer el líquido ontológico de una margarita para hacer que las masas se rebelen contra sus opresores.
Mikhail B. estaba convencido que las cosas cambiarán por y para los de más abajo en la jerarquía mundial.
Sin embargo, allá por Londres, Sir Absürdth Panthalones III destiló de las fosilizadas uñas de reyes antiguos, un extracto poderoso que extendería el dominio de monarquías e imperios, hasta superar el terreno de los terrícolas y afianzarse en otras partes de la galaxia. Varios espíritus de ultratumba lo vitorearon en el proceso. Panthalones se encontraba muy satisfecho sentado en su inodoro, fumándose un poco de opio.
Lo que no sabía ninguno, es que en el manicomio era un pecado capital hacer atolondradas experimentaciones con los medicamentos de otros pacientes, o utilizar los baños como laboratorios sin previo aviso a los enfermeros, de lo cual no se librarían de una buena paliza disciplinaria, además de aislarlos, sin permiso de leer libros esotéricos o revistas de sociología.
Chancla Azteca 