Estaba en la deriva de la nada.
Aquel agujero los había tragado y ella era la única sobreviviente de la tripulación. Todo era oscuro, vacío. Pudiera estar lejos o en ningún lugar. El único aparto funcional era el intercomunicador, intentó usarlo, pero, no hubo respuesta. Solo el ruido molesto de un avispero.
Quizás desaparecieron o nunca estuvieron ahí. Buscó entre los pasillos oscuros a algún ser consciente. Nada. Se los tragó el abismo.
Aquel ruido, aquellos insectos, se volvieron apabullantes. Quería atenuarlo tapando sus oídos, no obstante, fue inútil. Seguía escuchando. Escuchando. Los tímpanos dolían.
Hasta reventar.
Lloraba aquí y allá, buscando respuestas en un espacio indómito. Por un momento en que la paranoia no daría vuelta atrás, pareció encontrar una nueva puerta, de madera, posiblemente de roble. La tomó por sorpresa y no dio otro paso, sino hasta que supo qué era lo que estaba viendo. Era realmente una puerta que antes no estaba ahí. Atajó sus peores pensamientos y acercó su cuerpo hacia el nuevo rígido inquilino. Tocó su forma, su material.
¿De dónde habría salido?, ¿cómo llegó a la nave?
De su costado tomó una goma de mascar y la absorbieron sus labios. Luego tañó la puerta con una lentitud espectral. Nada.
Nada.
Tomó el cerrojo e intentó girarlo; por un breve instante de horror, el material cobrizo estaba absorbiendo su mano y antebrazo, sin tregua de dar un grito o intentar zafarse, fluyendo sangre sin piedad. Después de un pestañeo, volvió en sí y la puerta estaba abierta. Oscuridad. Oscura vacuidad.
Masticaba la goma.
Masticaba la goma.
Sus pies poco a poco desaparecieron.
Un recién nacido entró en llanto.
No era ella, y, sin embargo, todos éramos ese bebé.
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¡Gracias, Manu!
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De nada!!
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