
Ese hijo de perra estaba frente a mí y lo primero que hice fue darle un golpe en la cara. Error mío, porque inmediatamente lo bloqueó y después me sojuzgó sobre el suelo. Parecía sorprendido por mi reacción.
—Calma, idiota, no quiero hacerte daño.
Sudaba mucho, a chorros. Sentía la boca seca. Miré hacia mis lados y, qué fortuna, ahí estaba Dessie, respirando, pero todavía inconsciente. Quise zafarme y no pude. Ya no sentía el acongojante dolor en mi brazo; o bueno, era otro tipo de dolor, aquel en que alguien se aferra a que no puedas moverte y de ahí esas punzadas que te obligan a tomar la calma.
—Déjame, desgraciado —le dije.
—No sé quién seas, ni qué haya pasado, solo te digo que si no cooperas tendré que neutralizarte.
No tenía otra opción que cooperar, por el momento.
—¿Vas a calmarte o seguirás actuando como un perro…
Ver la entrada original 1,278 palabras más