En aquel,
en que el mar
y la tierra
se asomaron,
se encontraron,
y
se enamoraron;
el inicio de los inicios comenzó:
el hombre divino de los cielos
platicará con uno de sus súbditos alados
mientras sus ojos de avellana
inmolarán miles de recuerdos presentes;
su súbdito sonreirá cándidamente
y él mirará al suelo
con furia y rabia,
y una pizca de nostalgia,
hasta que unas diminutas campanas
entrelazadas con un velo blanco
tintineen…;
[…].
Y el cielo sube, y el cielo baja…;
[…].
Los ojos de Rodrigo,
apuntando hacia la novia,
buscan la mirada de la futura esposa
que, pomposa,
porta un par de pequeñas campanas…,
[…].
Pero el rojo amanecer se la llevó,
todas las idas e huidas quedaron estáticas,
tiempo y espacio se separaron,
aunque detenidos por una mano divina;
Rodrigo ve el vacío de la vida,
con sus ojos llora la triste conclusión
del preludio de un inicio,
a otro juicio final incompleto.
[…].
El mar masajea a la arena,
la tierra,
del universo acuoso resurge un ser
lampiño,
escuálido,
pero con atributos asimilados de las divinidades;
este es el rebelde que vuelve a la mortalidad
rememorando la pérdida de un ser amado
para perderse en un ciclo sin fin
del recuerdo de un Dios amargado.
[…].
Mientras tanto,
en un universo y realidades distantes,
los reptiles piensan en mudarse
a la consciencia humana
porque ahí se reencontrarán
con sus parientes primitivos,
y la clave de su supervivencia
será alimentar el Ego ajado
de un Dios amargado
que desiste en olvidar
el recuerdo de su amada
cuando la carne lo gobernaba.
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