Francisco está terriblemente enfurecido. El sudor de su frente se evapora al llegar al fuego de sus enormes ojos oscuros. Sabe que la tiene muy difícil, así, al mirar que su rancho está hecho pedazos y a su esposa en el suelo a punto de desangrarse.
Los jinetes oscuros están a la espera del ingenio etílico de su presa.
—Te estuvimos esperando, pinche Panchito. Vayas a donde vayas, te vamos a chingar, no tienes escapatoria —le dice el Charro Negro de los Diamantes Rojos.
Francisco hace una mueca y escupe en el suelo.
—Su pinche madre, mínimo me hubieran dejado el rancho intacto.
Los interlocutores se quedan con la boca abierta, ligeramente anonadados, sin decir palabra. Francisco eructa.
—¿Acaso no te importa tu mujer?
—Como ella hay muchas… ¡Soy muy macho, no ven…!
Ninguno de los jinetes oscuros lo confirma.
—Me vale madre, yo sí sé que soy muy macho y punto.
—Un macho a punto de que se lo cargue la chingada —aclara el Charro Negro.
Francisco, malévolo, como siempre, sonríe para su perniciosa fortuna.
—Pos no. Me voy a chingar a mi madre.
Saca su petaca, la destapa; suena un sonido duro, vacío, casi de alivio; y sin dejar de mirar a sus enemigos, bebe febril de ahí.
—¡Disparen, disparen! ¡No lo dejen terminar…! —grita muy desesperado el Charro Negro de los Diamantes Rojos.
—¡Panchito, no me deeejeees…! —fueron las últimas palabras de su mujer.
Los fulgurosos disparos corroen el lugar, mientras el cuerpo lacerado de Francisco sigue aferrado de la petaca; chorros de sangre salen y sus ojos se abren aún más.
—¡Córtenle la cabeza! —manda el Charro Negro de los Diamantes Rojos; y un jinete, presto a la diligencia de su jefe, se acerca con el machete de obsidiana… casi llegando al objetivo; casi separando la cabeza de Francisco y de su voluptuoso cuerpo de borracho…
Desde una vista escabrosa, llena de líquido, materiales orgánicos y mucho amor maternal, el bebé Francisco abre los ojos, toca su cuerda umbilical y se le ve victorioso. De su brazo no visible miramos que tiene una petaca más pequeña, la cual llamaremos bebé petaca, y de ella toma un alegre trago.
Unas cuantas pícaras burbujas se generan desde sus tiernas posaderas.
Cuento editado y revisado por Edgardo Villarreal, su blog es Algún lugar en la imaginación.
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