Aroma de hierbas húmedas, sol que quema…
De un verano a otro ya compartíamos nuestros cuerpos desnudos, saboreando la libertad que da la confianza mutua en la cofradía de seres solitarios. Todavía mi pene se sentía empapado de tu labia, como sereno que la mañana nos aconteció. Mis dedos rozaban el fulgor de tu rosáceo plenilunio; tú, cenicienta, veías a mis ojos contemplarte.
Antes el peligro nos acechaba en cada resquicio de la tierra; antes el fin del mundo quería acabar con cada pecador. Nos fuimos quedando solos, hasta peligrar la vida en esta aislada cabaña, amándonos después del apocalipsis.