Ordeno mi cuarto y me encuentro con tus viejas pantimedias. Alguna vez me visitaste, reíste conmigo, me declaraste un amor implícito, y yo también. Dimos piruetas discursivas, entre que sí besarnos, o no besarnos; la pasamos muy bien, fingiendo la timidez con chistes y chismes, pero al final, oh, siempre, siempre ese bendito vino concilió nuestros sexos, cambiando risas por gemidos, evasivas por gritos de placer. Algunas veces me visitaste, no quise perderte, no sé tú a mí, sin embargo, seguimos con el mismo juego infantil… hasta que todo acabó. Como todo en el ciclo de la vida, termina, se esfuma, se evapora; sólo recuerdos, un labial en una camiseta, o mensajes de texto que la necedad evita en ser eliminados.
Todito de ti lo suprimí de mi vida. No quise leer más; las películas trataban de ti; cada amigo que visitaba decía tu nombre; cada café que tomaba, joder, sabía a ti. La pasé mal, sabía que sería así, entonces, como triste estoico, te lloré a solas y te escribí sin escribirte. Esta suerte duró hasta mis cuarentas.
Tenebroso.
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No más que tú.
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