Mauricio abre la puerta de su pent.
Mira a todas sus deudas y sus amargos recuerdos. Lámparas. Televisión de sesenta pulgadas; bocinas replegadas hasta en su cocina. Sillones de cuero. Un diván exótico. Un comedor artesanal…
Suspira.
La mente agotada, cuerpo drenado. No sabe desde cuándo fue la última vez que pudo tirarse al sofá y quedarse jugando videojuegos por días, sin preocupación. Todo eso acabó cuando se mudó acá, y empeoró cuando decidió construirse una piscina en la azotea. Ojalá el banco se lo hubiera prohibido. Ojalá estuviera viva su madre para que le aconsejara diferente.
Pero mejor tiró las llaves en el jarrón chino y, melancólico, se tiró al sillón, mas para llorar lágrimas secas.
Este día había grabado tres sesiones largas… igual que ayer, antier, anteayer, y así por dos semanas. Tiene suerte que el productor lo tenga como uno de sus favoritos y éste así se pueda dar el lujo de tener más trabajo que otros. Lo peor es que casi asfixiaba a su compañera de la tercera sesión…, tal vez el agotamiento no le permitió medir su fuerza, y esta, tras ser penetrada violentamente, tal como lo pedía el director, también tuvo que ser ahorcada por las gruesas manos de Mauricio, pero no tanto…, y ese tanto casi la mataba.
Mauricio odia dañar a las mujeres.
“¿Y por qué rayos sigues en ese trabajo, Mau?”, fueron de los últimos cuestionamientos que le hizo su madre, a lo que le respondió “Necesito el dinero, mamá, Ricardo me va a vender su Cadillac de colección a un buen precio, y no lo puedo rechazar”. Ojalá siguiera viva su mamá. Ojalá.
Unos cubos de hielo muy fríos revolotean en su cabeza.
—Hm… whiskey.
Suena su móvil. Frota fuertemente sus ojos. Se para, suspira, y contesta: es Pedro. “Ahora qué querrá este idiota”, piensa y se siente más desconsolado.
—¡Eh, Mau!
—Hola, Pedro.
Mauricio se quita el pantalón, lo deja en el suelo, y vemos a su gran miembro rebotar hacia la cocina.
—A que no sabes qué.
—No sé…
—¿Cómo que no sabes?
Abre la puertecilla y vemos a los vasos; desde dentro sale un rico aroma a cedro.
—No sé nada, como dijo el filósofo romano, o griego ese.
Mauricio toma un vaso de cristal cúbico, perfecto para su bebida.
—¡Ja! Esa vaina de filosofear me viene como coño sucio, ¿entiendes? Yo te dije “a que no sabes qué” y a este jueguito tienes que contestar…
Mauricio pone el vaso justo abajo del dispensador de cubos de hielo.
—-… y tú tienes que decir “No sé, ¿ya le dieron por el culo al tal Wilson ese?” y yo te digo “¡No, no! ¡A ese ya le han dado muchas veces” y nos reímos, ¿sí?…
Mauricio toma su whiskey favorito del rack donde tiene a otros, menos gustosos, para las visitas.
—Ah, ¿sí? ¿Tengo que reírme? —le pregunta Mauricio, mientras abre el whiskey.
—¡Pues cómo no!
—Está bien… —Mauricio finge una risa cansada con la intención de molestar a Pedro. Escancia el líquido de bronce a su respectivo recipiente.
Pedro no se molesta.
—Ajá, algo así…
Mauricio sobre un poco de su whiskey…
La gloria.
Pasa un largo momento de silencio incómodo, más para un hombre tan hablador como Pedro. “Ojalá mi madre estuviera viva”, Mauricio vuelve a anhelarlo.
—Eh… —se queda cortado Pedro.
—Y, bueno… ¿qué me ibas a decir, Pedro?
—Pues… —la piensa— ¿a que no sabes qué?
Mauricio se recuesta semidesnudo, de la cintura para abajo, en el diván.
—No sé, tú dime.
—¡Oh que…! ¡Otra vez! Dale más sabor al asunto, verga.
—Si quieres cuelgo y luego me hablas cuando tenga “más sabor” mi pereza.
—No, no, espera…
Mauricio da otro trago. Lo recuerda. Lo recuerda. Sus labios.
Lo recuerda y cierra los ojos mientras pasa más licor a su garganta.
—Mira, yo te dije que lo iba a hacer…
—¿Qué cosa? —Mauricio simula estar interesado.
—Lo que no sabes qué es ahorita…
—Obvio, si no me dices nada, no lo sabré.
—Bueno, pues ya te pondrás de humor cuando te lo diga.
—Está bien.
—Mira… ¿recuerdas a Paola?
—Mierda, tío, Paola es nuestra compañera de trabajo, tanto tú y yo hemos estado con ella en algunas sesiones.
—Sí, pues, pero no solemos usar nuestros nombres, ¿verdad? A menos que seamos amigos, como tú y yo…
Mauricio se queda helado, rígido. No le gusta pensar en algún tipo de amistad de Pedro, pero lo ha necesitado porque él fue el que le consiguió este penthouse a buen precio. Mauricio siempre busca el modo de encontrarse a un módico costo todo lo que compra, aun cuando esto lo deje más endeudado.
—¿Y luego…?
—Ella ya recaló.
—¿Cómo?
—Ya vino a mi apartment.
Frunce el ceño. Paola no es una mujer fácil de convencer, no por nada es de las mejores pagadas porque, aunque todo tenga su precio para cualquier tipo de performance, este será elevado. Pedro era un actor vulgar que su valía pesaba solamente en su enorme órgano masculino.
—¿No me estás mintiendo?
—No, claro que no. Yo re dije que la iba a convencer y lo hice. Esa puta no es tan difícil como parece.
—¿Por qué lo dices? —ya Mauricio se siente más curioso— ¿Qué hicieron?
—Pues me la cogí. Duro.
—¿A ella…? ¿Contigo? —Mauricio deja su vaso en el suelo.
—¡Pues a quién más! Yo me la cogí todita, aunque me importara una cagada haberle roto su coño.
—Pedro, sabes que si se entera Jurado que la dejaste incapacitada para trabajar, te va a correr, y tal vez a ella también.
—No me jodas, Mau, esta vergota vale oro, aun cuando a ti te dé más trabajo ese puto de Jurado, a mi siempre me tendrán en cuentra para la sección de vergas grandes, ¿entendés…? Y yo soy el único que queda ahora… pero esta parte que te cuento es la de menos…
Mauricio se vuelve a quedar frío, pero de espanto.
—¿Cómo que es lo de menos…?
—¡Ya! Deja de contestar con preguntas retóricas. ¿Recuerdas lo que te dije en noviembre?
Mauricio rebusca entre sus memorias, pero son pocas las que ha mantenido de Pedro. “Gracias a Dios”.
—No sé…
—No me vengas con tu filósofo otra vez. Sí sabes. Recuérdalo.
Lo intenta de nuevo.
No recuerda nada, sólo el momento en que le agradeció por haberle contactado con el arrendatario del penthouse.
—Pedro, la verdad es que no lo recuerdo.
Se escucha un suspiro tras la bocinas de los auriculares de Mauricio.
—Mierda, no entiendo por qué siempre eres así como despistado o desinteresado. Mauricio, tú sabes que quiero ser tu amigo, en serio…, o no sé, ¿tienes problemas? Así, psicológicos…
Mauricio se molesta. No le gusta que se metan con su vida personal, menos cuando se trata de Pedro, que pone sus narices en donde sea y al cual le encanta hablar de su falo gigante. Para alguien tan tranquilo como Mauricio, Pedro sólo era ruido y problemas. Pero tuvo que entablar cierta amistad con él, por lo que ahora es su dolor de cabeza: su maldito penthouse.
—No tengo nada, puede que esté cansado. He trabajado mucho.
Silencio.
—Es cierto, todos sabemos que has trabajado duro para pagar tu nuevo penthouse, ¿verdad? El que yo te conseguí.
Parece que Pedro dice “yo” en modo de que Mauricio le debe algo…, como una amistad, o soportar sus impertinentes llamadas. Ahora está determinado en darle respuestas que no consten de más de uno o dos monosílabos.
—Sí.
—Okey, sino estás cansadito… yo te lo digo. Pero, ah, ya se me quitó la emoción.
—Sí.
—¿Recuerdas que la muy puta de Paola me rechazó una salida en el mero día que andaba que andaba yo muy coco por ganarme el premio de la verga dorada?
Lo recuerda muy bien, fue un día que varios compañeros detestaron. Ver a Pedro brincar de la emoción no es deseo de nadie.
—Sí.
—¿Ves? Ya te vas a acordar. Pues, yo la invité a salir a la puta esta, pero me rechazó de inmediato; y yo le dije “¿Ni como premio a la verga más rica de todas?” y ella me hizo una cara que, ¡ay! Quería partírsela, así, sacándole los ojos…
Mauricio se incomoda.
—Perdón, es que, esta puta me hizo enojar tanto. Era un día para mí, un día en que quería compartir mi felicidad a todos, pero nomas tú te quedaste un rato conmigo, luego todos se fueron a sus fiestas privadas que no me invitaron, y yo sé que fuiste a una de esas —esto último lo recalca—, y no me quería sentir solo, no me lo merecía.
—Ajá.
—¿Ves? Mira, yo tengo una condición… no te la he dicho porque me da pena, así que no se la digas a nadie —pausa—. ¿Okey?
—Sí.
—Yo tengo depresión.
A Mauricio no le impresionaba, regularmente la gente como Pedro sufren depresiones y otros males de la cabeza. Piden atención a toda costa, sin importarle en verdad a los que molestan con sus necesidades.
—Oh…
—Sí, raro, ¿no? Pero así me lo diagnosticó la psicóloga del complejo. El mismo Jurado me dijo que fuera con ella porque si no me iba a patear el trasero y a la calle, ¿entendés?
—Sí. Lo siento.
—Sí, sí… y pues, yo ese día necesitaba dormir con alguien. Siempre me hizo falta una madre en mi vida y no lo sabía hasta que fui con la piscóloga esa, y pues pensé que lo mejor era dormir con una dama, ¿ah? Y nada mejor que Paola, la más rica condenada de todas.
—Bueno.
—¿Ves? Es que así debió ser, si ella es muy puta, que no se haga la loca. Pero me rechazó una, dos y tres veces… ¡hasta que me dio una cachetada la mierda puta esa!
Mauricio lo supo, casi todos lo supieron. Paola se los contó a todos, lo cual gustó a más de uno.
—Pedro, si una mujer dice que no, es no.
—Eh, yo no te pedí lecciones, pendejo, para eso estuvo mi papá, que fue el más pendejo de todos.
El impulso de colgar la llamada… pero necesitaba saber qué le pasó a Paola.
—Mira, ya. Déjame terminar, ¿sí?
—Bueno.
Pedro respira hondo.
—Yo te llamé ese día, borracho, ya no sentía la coca en mis pinches neuronas, y por eso actué tan pusilánime, como un idiota… te conté que le mandé muchos mensajes, diciéndole que era una puta lame culos cagados, que en verdad era una zorra barata que de suerte le pagaban por grabar su coño, que mi verga es tan grande que la asustaba y por eso no quería coger conmigo…
—Sí, sí, y luego… —esta más que cansado de escuchar la voz de Pedro.
—Tú me aconsejaste algo parecido a la pendejada que dijiste ahorita, algo así de “Si ella no contesta, es porque no quiere, así que mejor déjala, mejores culos tendrás”, y no sé qué mierdas más quisiste meter en mi cabeza. La psicóloga también me decía que no molestara a las damas y que así un día ellas solitas llegarían a mi vida. Pero no, Mau, ni vergas pasó eso. Si me culeaba a una mujer era porque nos iban a pagar por hacerlo, y eso es mera simulación, ¿entendes? Esa vaina es una mentira. Puro fingir. Y eso me pega. Con el tiempo pega mucho. Yo que pensé tener familia, eh, (esto tampoco se lo digas a nadie) pero con Paola sólo quería que me deseara de verdad por un día, al menos como premio. Yo sé que le iba a gustar joder mucho conmigo, hasta me pediría matrimonio sólo por seguir tragándose mi vergota…
—Sí… una lástima. Pero, ¿qué pasó con Paola?
—Pues ya tuve mi puto premio, muy tarde, pero lo tuve. Y parte de él fue lo que te dije en noviembre: “pero llegará el día en que ella sola regresará por esta vergota; se la daré, dura, salvaje, me pedirá que pare, pero no lo voy a hacer, y al final cuando la haya hecho venir más de diez veces, le voy a dar un tremendo golpe en la cara, la patearé un poco y terminaré su castigo con un escupitajo entre sus ojos”, y así fue…
Mauricio tiene los ojos muy abiertos. ¿Escuchó bien a Pedro? ¿No será otra de sus mentiras?
—¿Lo dices en serio?
—Sí, y lloró la puta, lloró mucho, me pidió que la dejara en paz, pero no lo hice hasta que terminé su puto castigo, y san se acabó.
El recuerdo de su madre. El cansancio. El penthouse. La voz de Pedro.
—¡¿Por qué hiciste eso, Pedro?! ¿Sabes que eso está mal?
—Oye, ni te preocupes, que esa puta ya ha vuelto golpeda al trabajo y no dicen nada. La amenacé en que esparciría el vídeo que grabé de nosotros.
—¡Le grabaste un vídeo!
—Sí, mierda, es obvio. Un premio como éste no se queda solamente en la memoria, tiene que estar grabadito para tenerlo a flor de piel, ¿entendés?
—Mierda… Pedro, eso no estuvo bien.
—Lo sé, pero ya acabó. Ella me dijo que algún día yo la iba a pagar y le dije que por mi verga grande esperaba a ese día, que lo intentara.
Mauricio suspira.
—¿No la dejaste grave?
—No, joder… exageré con lo de los golpes, no fueron fuertes, no creo que le hayan dejado marca.
—¿Estás seguro?
—Sí, hombre. Es más, lo que hice fue asustarla, no lastimarla.
—Pero parecía que me habías dicho que sí lo hiciste.
—¡Que no hice nada de eso, coño! La abofetee, sí, no creas que la golpee con puño cerrado, y la patié como si se tratara de un bebé…
—Eso no suena nada bien, Pedro, menos en una llamada telefónica.
—Ya, ya, sí, suena mal, pero no fue así. Ella está bien, te lo aseguro.
Mauricio se queda incómodo. Lo único que quiera es relajarse, volver a su estado de trance con su whiskey. Quiere que terminen todos sus problemas, que lo dejen en paz. Sueña con una cabaña bucólica, un mar de fantasía, aves canturronas… una vida diferente. Y esos labios.
Los labios.
—¿Está bien Paola? Tienes que asegurármelo.
Pedro no contesta de inmediato.
—Pues, obvio que sí. Tampoco es que yo sea un golpeador de mujeres.
—Bueno, eso no dicen en el trabajo.
—Ah, pero eso es porque me lo piden, no porque realmente me agrade.
Mauricio lo duda, pero sólo quiere pensar en paz y que alguien le diga que todo está bien, que Paola está bien.
—Mira, ya, déjalo. Sólo quería hablarte que ya se cumplió uno de mis sueños y tú eras el único que sabía de él. Y no la dejé mal a la niña esa, yo vi que en una de sus redes sociales posteó algo de unas compras que hizo, de una marca cara, de esas que las mujeres nomas saben.
Pedro era un macho cavernícola que nomas sabía de su pene y su patética fragilidad machista. No obstante, le reconfortaba a Mauricio escuchar que las cosas no fueron tan mal.
—Qué bieno… porque lo de Britanny fue horrible, Pedro, y que haya otra tragedia de esas, nos iría mal a todos. Todos somos complices, tenemos que comportarnos.
—Bueno, la puta de la Britanny se pasó también… pero ya Kevin se fue a vivir a las Bahamas, no pasó a más.
—No, pero pudo haber sido peor. Lo sabes.
—Lo sé, mierda, lo sé. Por eso no me sobrepasé con la puta de la Paola, ah. Ya pasó todo. Soy feliz, aunque me hubiera gustado escuchar emoción de tu parte.
Mauricio quiso decirle tantas cosas, sin embargo, lo mejor fue callar, no seguirle dando más rollo al asunto. Dejar que Pedro se despida por sí solo, así es como funcionan las cosas con él.
—Bueno.
—Está bien, pues. Te dejo, Mau. Creo que tendré llamada nocturna ahora y tengo que estar en forma. Me inhalaré una o dos líneas en la mansión y listo. Chau.
—Chau, Pedro.
Cuelga.
“Paola, qué bueno que está bien”. Toma su whiskey de nuevo. Bebe. Evidentemente la fortuna de paola pudo haber pasado por peores senderos, pero si sólo se trató de un susto, pues no sería algo nuevo en su mundo.
Y le vino otra vez a la cabeza esos labios. Su mirada. El olor… a hombre.
Se sienta y enciende el televisor.
El ladito de corazón a corazón. Siempre a escondidas, siempre en huidas.
Usa su móvil como controlador, bebe de su whiskey, y selecciona una aplicación para adultos. Se va abajo, abajo, más abajo… hasta encontrar la sección gay. Presiona con su dedo.
Se escuchan a dos hombres gemir.
El penthouse. Su madre. La molesta voz de Pedro. Deudas. El trabajo.
Él…
Ser una estrella porno no es fácil.
CONTINUARÁ…
Foto (parcialmente) Open hands. 23618446 © Woo Bing Siew – Dreamstime.com