¿Te sientes solo? Sí.
¿Desde antes de la pandemia? Sí.
¿Eres un bicho raro, o, como dices los anglos, “un pez fuera del agua”? Vaya que sí, oye.
Entonces… más vale repensar tu realidad. Permitir que la soledad conflagre con tu autoestima es un camino muy escabroso con múltiples finales muy, muy graves. Ya has de pensar en alguno. Yo también. De hecho, muchos somos tan similares, y por un detalle político o ideológico, nos apartamos y hasta nos repudiamos. Esto solamente le echa más leña a aquel horno inferlan que quema nuestra autoestima, AKA las ganas de existir.
Hay tantas gente, vida y cosas por las que persistir… pero nos empujan a sentir lo que los conquistadores dan pauta, sino, calmado venado, que en este bosque tú no mandas, y no si no te comemos nosotros a los que nos creció más el colmillo. No debe de ser así. Es antinatural. Si acaso no nos dejan disfrutar a nuestro modo el placer de existir, pues que se jodan, mándalos a joder a otro a sí mismos, para que entiendan el sufrimiento de ser acosados nomas porque te gusta el color rosa o porque no eres tan blanco o moreno como los artistas de la gran pantalla.
Y es que, de algún modo somos cómplices de este mal hábito. Sí. Hemos creado la idea de obligatoriamente estar acompañados o ser unos excluidos de la sociedad por nuestra rareza; sin embargo, ideas son ideas, por más fuertes que sean, son una comedia absurda que marca el paso de una descuidada procesión llamada civilización, mientras el corazón, y pues, también los ojos, manos, piernas, hasta el hipotálamo claman por salir de esta cárcel de apariencias y vivir una vida más sincera, grata.