Los cuernos de Venus | Cuento (Sátira, Surrealismo)

Ese día no sé qué le pasaba por la mente a mi querido Pancho cuando vino, cojo, entaconado, a mi blanca y acolchonada oficina. Recuerdo que en nuestra infancia, cuando vivíamos en la villa, solía visitarme en sus pulcras y blanquecinas sandalias. Sí, era muy cuidadoso con la higiene, ya que su madre le atiborraba con historias de terror que se alargaban con los temibles personajes como los “voraces piojos” (incluyendo las malas amistades), hasta el “temible monstruo engulle pitos” (herpes; a veces papiloma). Dichas visitas sólo eran para jugar a las canicas o perforar el poco pavimento que nos circundaba.

De sus tempranos años hasta los ocho, él aparentaba ser un niño muy educado, incluso «de más»; sin embargo, los chismes y mofas tardaron, pero llegaron a tiempo a la vida de Francisquito. Creo que así fue, porque en un día soleado, mientras yo experimentaba tremenda siesta desde mi casa, Francisco jugaba a la roña con Fabio Rondulo; Panchito tenía bien puestas  sus impecables zapatillas, pero Fabio, un niño más regular de la villa, travieso, corría descalzo por el bárbaro suelo —de hecho, hay versiones en que él estaba “como Dios lo trajo a nuestra bendita tierra”, tengan ahí el por qué Pancho se sintió tentado a lo que ocurrirá más adelante; otra fue que Francisco sin paños andaba, raro en su caso, porque pocos niños como él había, esos que hasta en verano usan suéter y pantalón largo, bufanda en cuello, como si fueran miembros de una extraña y elegante expedición; esta costumbre le duró hasta la adolescencia para cambiarla por «atuendos más finos»…

… Bueno, bueno, ¿en qué iba?… ¡Ah! ¿En su encuentro con el alfarero?

¡No, cabrón! Estás echando a perder la historia

De por sí muy baboso al hablar…

Cierto, cierto, ya recuerdo.

Pues, mi estimado Francisquito la estuvo pasando muy «guay» —así como dicen en la aquella península— con Fabio Rondulo. La algarabía, trotes y «destrotes» se mezclaban tan bien en ese momento recreativo; pero, ¿quién pudo creer que de un momento tan ameno surgiera la otra cara de Francisquillo? Y vaya que así fue: era el turno de Francisco en ir a «pegarle» la roña a Fabio. Este otro infante sintió que los rayos del sol le lamían la espalda desnuda, se da la vuelta en dirección a Apolo, deidad que él representó con su resorte, la más mortal arma en el Olimpo, y extendió los brazos de lado a lado; sí, los posicionándolos en forma horizontal; bueno, casi horizontal, ya que trazaban un ángulo de ciento sesenta y cinco grados, de igual manera también abrió un poco sus piernas; oh, pero su su cara morena, cara llena de diminutos tatuajes circulares que el hierofánico astro le marcó; y se alzó hacia el cielo, tal vez esperando una agradable lluvia de rayos solares, tal vez formando una representación del Hombre de Vitruvio en honor a Leonardo da Vinci; ah… Quién sabe qué pretendía Fabio, pero de seguro era un niño muy alegre. No obstante, para cancelar aquella armonía, por otro lado se encontraba el muy «feliz-feliz» Panchito, desplazándose frenéticamente hacia su nuevo amigo. Francisco no había reparado antes en la bonita piel bronce de Fabio, y esta vez, por unos microsegundos, se quedó atónito; otros dos segundos se detuvo jadeando del cansancio, y otros cuantos segundos contemplando al niño de bronce que tenía al frente de él. Francisco no respiró más diez veces cuando una idea se le ocurrió, como de igual manera efectuarla sin reparo. Se deslizó furtivamente hacia Fabio, con pícara careta, se acercó al niño que disfrutaba de un rico baño solar; y dos, tres, cuatro pasos, las garras de Pancho se abren y las ensarta en el «borromeo» de Fabio Arredondo.

¡Ah, jodido!

No puede se-

¡Sí, sí! ¡Qué epidemia fue el chisme! Llegó desde la casa de los Arredondo, hasta las villas  cercanas. Por supuesto que fue una tragedia para la familia de Francisco, ya que su pequeño hijo de a penas diez años tenía afecciones nada decorosas con los de su mismo sexo. Cosas, esas cosas de pueblos tradicionalistas; cosas que fragmentan u oscurecen el ser de un individuo, derrumbando futuros resplandecientes, convirtiéndolos en viles clichés de “Maricones de estética” y mujeres «membrudas» de las zonas bermejas.

Aunque años después esa anécdota fue eliminada de la memoria colectiva, todo por la ayuda del magnánimo regente de los toreros de nuestro adorado país.

Como se ha de imaginarse, Francesco —sí, se le llamó de esta manera para darle más clase a mi amigo en su nueva etapa de rockstar taurino— se convirtió en uno de los toreros de más talento, tocado por Dios para ser una las deidades mata toros de nuestro planeta tierra. Oh, ¿pero fue fácil? No, no, claro que no. Para nada. Todo se constituyó en base de garrotazos, blasfemias por parte de un pariente suyo; pero las cosas mejoraron cuando su tutor le hizo crecer en lo que es ahora, y ese fue su tío Alcornoque de Frijolón, torero famoso, aclamado por el público sediento de sangre en el coliseo de la tauromaquia, pero sí que fue un poco torpe en su breve elocuencia; y ni hablar en cosas de ciencias duras, porque su cabeza era más dura que ellas.

Es un juicio erróneo decir que su tío Alcornoque fue en realidad un tirano con su sobrino, porque en verdad lo quería, mucho, sólo que el proceso para formar a «bárbaros» antibovinos es inevitable que el proceso sea igual de bárbaro.

¡Cabrón jijo de tu madre! Háblame en español, no en inglés, mamón

¿que “enredar irrefragrabre” qué? Chinga tu madre

De acuerdo, de acuerdo; espero que sea disculpable que tenga dos doctorados en literatura y humanidades, hago lo posible para que mis palabras sean lo suficientemente descifrables, porque soy más críptico que el cábala. Bueno, lo diré de un modo más frívolo, si es que es plausible: para hacer toreros, hay que sufrir como burreros.

No entiendo, no sé qué dices

Hablas bien feo; qué bueno que nunca estudié-

Quise decir que hacer toreros es un trabajo muy difícil, se sufre mucho. Está bien… No tanto, pero para el pobre Francisco fue horrible.

Ya a sus veinte primaverescos años era un galán de galanes; toda mujer lo deseaba entre su escarlata capa y camas nacaradas; todo público enardecido se consumía en gritos de “¡mátalo ya!”, “¡Olé!” o “¡Mierda, que hazlo de una vez!” y muchas más pintorescas. Catártica la situación, muy catártica; no, mejor lo pongo como “placentera” —luego no se entiende lo que intento de transmitir.

No, para nada obstante: Panchito persistió en su apetito carnal hacia los machos de bronce. En su pubertad ya se había liado algunos muchachos veinteañeros. Luego no discriminó sexo y orientación; “Sólo para probar”, así una vez me contó él, Francisco; pero se quedó con el «equipo fálico» de la civilización humana. En efecto, entonces yo todavía le hablaba, incluso salíamos por un que otro cafés cuando yo era estudiante y él ya un torero de renombre, y eso que así se mantuvo mi condición académica a pesar de que se burlaban; ¿tuve que ver con él? No, no, para nada, él me confesó que no le era atractivo, que me faltaba belleza en mi cara y cuerpo; sin embargo… A veces decían que yo era un marica, un rebana pepinos —qué obscenos pueden ser los espíritus pueriles, ¿no?—, o, los más educados y gentiles, me llamaban il bicurioso. Al rato de tener algunas novias, ganarme fama de muy bohemio y toda la parafernalia de los de mi ámbito, dijeron que era normal en nuestro espíritu, eso que alcanzábamos a ser muy «curiosos» como los griegos, pero manteniendo nuestra orientación heterosexual «fija».

A mi me dio igual.

Me da igual.

Lo único que faltaba es que me dijeran que estaba loco.

(—)

(…)

Francisco fue un gran catador de varones, superior en todos sus homólogos de la comunidad. Hay que saber que se relacionó lascivamente con gente de la farándula internacional; el presidente de tal país, el embajador del otro, el gerente de una compañía monopólica, el contador de fulana organización, el abogado de la misma, el cajero de la tienda y el conserje de alguna primaria. Siempre me dijo que “Para el amor y los placeres, no hay malos quehaceres”. Siguió y siguió, su libido sexual no concibió satisfacción alguna, le era como un deporte sin fin, más que la misma tauromaquia que lo tenía en un trono lleno de laureles y cupidos con sus respectivas nalguitas rosadas.

¿Cómo no ya comentar lo que me contó Francisquito ese día en que llegó a mi oficina? Vaya vaya, qué día fue ese. Yo estaba relajado en ese momento. Él entró cojeando por la ausencia de un tacón, con el rímel embarrado en sus sienes y el estoque con lágrimas carmesí sobre el luminoso acero en mano izquierda.

Ah, yo no sabía que le gustaban también los entes peludos y cuadrúpedos.

Me impresionó, pero a la vez no. Fue gracioso, claro, pero de Panchito, supongo yo, que se puede esperar todo. Pues, para variar, Francisco se adentró en una cuita irónica: se enamoró de un cornudo toro.

Sí, cayó en los brazos del Amor por los seres que juró matar ante un público magnánimo sediento de sangre.

No… No me vengas con pendejadas

Ya empezaste a inventar…

Juro por el recuerdo difuso de mis padres Dionisio y Moria que eso me confesó. De hecho, hasta tuvo varios astados amantes, tantos que no quiso desembuchar la cantidad cuando se lo pregunté con impaciencia; me confesó que trató de ir con psicólogos, psiquiatras, pero, no pudo con tal padecimiento, ya que era tanta la vergüenza y «la necesidad». Sin embargo, éste último placer que tuvo fue excepcional, porque aclaró que los otros sólo fueron efímeros, pero éste, un día que ojos moros portaba, mugió y lo hechizó, tanto que cometió el peor error de su vida, cuan grande fue que tanto su carrera y su futuro dependieron de ello.

Y…

Erase una vez…

¿Qué? ¿Ahora nos vas a contar un cuento, maricón?

No, para nada, sólo quise darle un bonito principio a la anécdota que sigue.

Órale pues.

Órale…

Bueno.

Erase una vez, un muchacho bien vestido, con lentejuelas coloridas de dorado y colorado, que alzaba una estoque hacia el público, mientras su sonrisa hacía que el alba fuera la noche en comparación. Su trasero era de oro y turquesa, y al tacto era de tibio mármol. Sus brazos, dos olmos o dos marros, constituían lo más preciado y vistoso de este sujeto llamado Francesco el cuarteador de toros. Y así lo ovacionaba el público hambriento de carne bovina. Él, como un épico gladiador, fijó su mirada hacia su moribundo contrincante que Minos poco desearía encarcelarlo. El toro, que con cariño Francisquillo le apodaba Torito, tenía una piel gruesa, que tal vez no moriría en una sola estocada; pero lo más impresionante era que no se podía saber con exactitud si su piel en verdad era roja infernal o negra abismal.

Cáspita, cáspita.

La gente gritaba mil conjuros a la muerte, mientras él recapacitaba todo amoroso encuentro que tuvo con su Torito. Él me dijo que, al mirar al toro, se proyectó en él; Francesco se veía acorralado por tanto humano salvaje que sólo pedía la muerte de alguien inocente, un chivo expiatorio, alguien a quien sería fácil quitarle la vida como la paleta a un niño sin que hubiera más conflictos.

No obstante, proeza del bienhechor que es mi amigo, fue acercarse poco a poco al toro, con paso a pasito. La mano que sostenía el estoque temblaba. La capa paulatinamente se resbalaba de sus dedos hasta caer al suelo, haciendo una manta de pic-nic para quién demonios sabe. Una, dos y tres lágrimas caen como diminutos lagartos de sus ojos; y la estocada embistió al suelo, quedando bien plantada ahí, y los gruesos brazos de Francisco, se posaron en Torito.

Pancho me describió bastante bien la escena, tan bien que con genialidad pude redactarla en mi mente.

¿Y qué pasó después?

Sí, ¿y qué más?

No me dijo mucho, sólo recuerdo que cuando de sus ojos brotaban lágrimas oscuras, sus labios trémulos emitieron un sonido que golpearon las cuatro paredes suaves de mi oficina: “Y lo que más recuerdo es algo que cuando pasaron los días, cuando ya todo el mundo sabía mi otra vida y mi supuesta filia, es que un ex-aficionado que iba en compañía de otros más me gritó esto: ‘¡Hey, miren! Ese depravado ya no es Francisco el cuarteador de toros, sino Francisco el culea toros’”.

¿Es en serio? No, no, Ahí estuvo, pinche loco, ya me hiciste llorar

Qué triste final de ese depravado…

Vaya que sí lo fue. Pero su actual situación es para preocuparse, porque dijo que ya se vengó de muchos que se mofaron de él, incluso en mi visita me contó que aquí, afuera de mi oficina, unos empleados también sufrieron de su letal venganza con estas exactas palabras “Ahora cada uno de ellos sintió lo que mi Torito sufrió ese puto día”.

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