Varios órganos vitales de un anarcopunk se rebelaron contra su posesor, cambiando sus funciones por otras inadecuadas: el hígado solo procesaba alcohol; los riñones digieren las legumbres; los pulmones filtraban los líquidos y otros residuos, pero claro que terminaron con un «glú glú»; el corazón quiso ser cerebro y el cerebro, corazón; y el páncreas no encontró qué hacer, y se hinchó; pero, el muy astuto anarcopunk, antes de esto empeorara, se tragó una botella plástico con sulfuro, ácido de algún tipo, y a lo último lanzó un cerillo hacia lo alto y cayó directo a su esófago, el cual se creía el alma de todo su ser.
Fin de la rebelión.