El anticristo argentino: Leopoldo Lugones o el Nietzsche hispanoamericano | Ensayo literario

 Y tornaré el cielo de hierro y la tierra de cobre
—Levítico, XXVI – 19

A finales del siglo XIX1, hubo una vez un escritor argentino tomaba su voraz pluma y emanaba sangre desde su tinta; líquido de sabiduría y espiritualidad; escombros de un cementerio donde los huesos hablan y las oscuras estatuas angelicales callan; Leopoldo Lugones escribía sobre un papel amarillo palabras de fuego que quemaban mantos de dogmas y, como un martillo que usaban los bárbaros para destruir ídolos empedernidos, la pluma de Lugones analizaba y criticaba a la religión cristiana que nunca otro se hubiera atrevido a hacer.

Y, de esta manera, tanto fuego derramaba su tinta, que escribió el cuento La lluvia de fuego: evocando a un desencarnado de Gomorra, canaliza lo que fue de aquella ciudad que a ojos de un Dios judío estaba condenada por ser extremadamente pecadora. Veamos qué tanto nos puede sugerir esta creación de Leopoldo Lugones, el anticristo hispanoamericano.

Desde el principio del relato, el narrador, o desencarnado gomorrense, nos cuenta desde su memoria el “Recuerdo que era un día de sol hermoso, lleno del hormigueo popular, en las calles atronadas de vehículos. Un día asaz cálido y de tersura perfecta”; así, sin preámbulos teológicos donde se le agradece a un dios por vivir otro mañana, está la vida misma en su mera plenitud: una ciudad donde circulan sus habitantes, el sol, aquel que tantas veces lo han deidificado por su real grandeza, está saludando a los humanos que se acaban de levantar y la armonía entre ellos proseguía otro día. ¿Qué primera sensación es esa? La vida en su cotidiano curso, sin inmediaciones divinas. Sin embargo, como toda fatalidad en la narrativa del “Polo” Lugones, si los protagonistas no actúan con normalidad o con la fe cristiana, estos deben de caer o experimentar un evento poco placentero.

Sí.

Después, el narrador nos relata que “Desde mi terraza dominaba una vasta confusión de techos, vergeles salteados, un trozo de bahía punzado de mástiles, la recta gris de una avenida… / A eso de las once cayeron las primeras chispas”; ¿chispas? ¿De qué? ¿Del sol? Casi, casi. Se tratan de las chispas supuestamente divinas, con fines punitivos, muy al estilo del Dios hebraico. Desde aquí podemos saber que hay un agente que está invadiendo aquella armonía profana. No obstante, sea por la rutina secular en Sodoma y Gomorra, nadie pone atención en lo que va a pasar, pero el narrador sí prefigura algo trágico desde ese momento, viviendo en un peculiar ostracismo desde su casa, o privado Edén,  donde sus animales domésticos cambian de comportamiento de alegre a uno sepulcral.

Saben que la catástrofe está cerca.

El ojo científico del narrador es bastante agudo, todo elemento que podría ser totalmente etéreo, críptico, metafísico, toma este fenómeno sobrenatural que cae a Gomorra para darle formas terrenales, ya que estas chispas no son llamas letales que tira un dios furioso, no, sino son gotas de cobre que luego va a mencionar:

Acababa de caer una chispa en mi terraza, a pocos pasos. Extendí la mano; era, a no caber duda, un gránulo de cobre que tardó mucho en enfriarse. Por fortuna la brisa se levantaba, inclinando aquella lluvia singular hacia el lado opuesto de mi terraza. Las chispas eran harto ralas, además. Podía creerse por momentos que aquello había ya cesado. No cesaba. Uno que otro, eso sí, pero caían siempre los temibles gránulos.

En fin, aquello no había de impedirme almorzar, pues era el mediodía. Bajé al comedor atravesando el jardín, no sin cierto miedo de las chispas. Verdad es que el toldo, corrido para evitar el sol, me resguardaba…

Aunque, poco le importa la posibilidad de que se genere una peligrosa lluvia de cobre, lo cual también es harto extraño, el narrador sigue con su vida, siendo que “en fin” eso no le impediría almorzar con tranquilidad. Y el toldo; ¿qué es ese toldo? ¿A caso la barrera laica contra el sol que representa a Dios? O tal vez… ¿Las duras e inertes partículas de cobre son las mismas palabras duras y frías Y HERMÉTICAS que Dios mandó a los habitantes de Gomorra, pero fácilmente fueron ignoradas con una cortina, un toldo o un pensamiento alienado de un asunto teológico2. A contestación de la última pregunta planteada, está esta parte que le sigue a la cita anterior “¿Me resguardaba? Alcé los ojos; pero un toldo tiene tantos poros, que nada pude descubrir.”; puede que sea una pregunta simbólica la que se hace en esta cita, representando la duda ante cualquier doctrina, y a la vez, la búsqueda eterna del humano para hallar esa divinidad3, ese superconsciente que nos llena el vacío que nada puede llenarlo. Por eso, considero que Leopoldo Lugones es un “anticristo”, es decir, un espíritu crítico, metateológico, sea por sus argumentos y planteamientos en guarde de la doctrina judeocristiana, pero, eso sí, no necesariamente un ateo4.

Este narrador no es para nada un Adán, él no necesita de una Eva o a una serpiente para ser convencido en darle una pequeña mordida a la manzana de la discordia. Ahora, lector, vea la importancia que le da a esta circunstancia el «desencarnado» de Gomorra, también describiendo cómo era su vida misantrópica e intelectual, haciendo a un lado a un ser divino o cualquier dogma.

Sólo vivir por vivir, donde el dios Intelecto, que es uno mismo, pedía tributo de celibato, por la gula engordar como ganado, y lascivamente acumular conocimientos. Nada más.

En el comedor me esperaba un almuerzo admirable; pues mi afortunado celibato sabía dos cosas sobre todo: leer y comer. Excepto la biblioteca, el comedor era mi orgullo. Ahíto de mujeres y un poco gotoso, en punto a vicios amables nada podía esperar ya sino de la gula. Comía solo, mientras un esclavo me leía narraciones geográficas. Nunca había podido comprender las comidas en compañía; y si las mujeres me hastiaban, como he dicho, ya comprenderéis que aborrecía a los hombres.

Afuera del personaje, ¿qué trata de contarnos de manera cifrada Leopoldo Lugones? En verdad la tinta que usa para su cuento es muy candente, mire cómo describe y prefiere el Edén profano en el que vive y creó con sus propias manos; El «desencarnado» de Gomorra es el mismo Dios de su casa y afuera, sí, afuera sólo hay muchos otros más Edenes o lugares de poca importancia para el protagonista. Tal vez, sólo la naturaleza y Gea son lo más relevante que se puede hallar fuera de su casa:

¡Diez años me separaban de mi última orgía! Desde entonces, entregado a mis jardines, a mis peces, a mis pájaros, faltábame tiempo para salir. Alguna vez, en las tardes muy calurosas, un paseo a la orilla del lago. Me gustaba verlo, escamado de luna al anochecer, pero esto era todo y pasaba meses sin frecuentarlo.

Este modo de vivir era el más «sacro» del que se podía experimentar en Gomorra.

Para colmo, se mencionan algunos pecados capitales los cuales se toman de maneras cotidianas y nada pecaminosos; véase como la lujuria, la gula, la pereza y sedentarismo, y añádanle la avaricia como el materialismo del «desencarnado», en cuanto a sus tantas pertenencias que tiene en su pequeño Edén y es lo único que en verdad aprecia5. Aparte de lo que se ha estado revisando, no quiero seguir avanzando y dejar este dato curioso que es el de la impresionista “Evocación de un desencarnado de Gomorra” a un lado, porque, en este caso en específico, la palabra «evocar» tiene un sentido espiritista que lo definiremos en:

evocación

  1. f. Recuerdo, memoria que se tiene de algo:evocación de los tiempos pasados.
  2. Llamada o convocatoria a un espíritu para que se haga perceptible.

— WordReference

Ó

Evocación (del latín evocare, “convocar o llamar”) es el acto de llamamiento de comparecencia hacia una entidad como un espíritu, un demonio, un dios o cualquier otra de carácter sobrenatural. La evocación pretende “hacer aparecer visualmente” a la entidad evocada o conjurada.

— Wikipedia

Para esto, ¿qué se consigue con esta “evocación”? Ahora alimentaremos la respuesta de esta pregunta con esta cita:

Propondremos también que esta idea presente en el cuento de Lugones, se sustenta en otra idea teosófica la de que el hombre no es ninguna creación especial de la divinidad, muy por el contrario, es tan sólo otro elemento cosmogónico más. Lugones era un adepto a la teosofía y estaba bien consciente de que sus ideas serían contradictorias en tiempos en que el materialismo estaba en pleno auge. Por otro lado vemos su confusión y necesidad de respuesta frente a diferentes interrogantes. Lugones incluye nuevamente estas ideas teosóficas y espiritistas en cuentos como “la fuerza Omega”, “La metamúsica” y “psychon”. Estos cuentos fantásticos de Lugones se ubican entre la teoría materialista y las ideas alternativas, e introducen estos temas alternativos con mayor interés que otros grandes cuentistas del momento, como pueden ser Jack London, H.G. Wells o Robert Duncan Milnes. (Barcia, p.31)

Y, sin embargo, Lugones era un anticristo que formulaba palabras, preguntas y respuestas a medias; eso sí, buscando esas respuesta al modo teosófico7. En parte, en aquellos tiempos, a principios del siglo XX, su filosofía era «contrapositivista», siendo que los positivistas tomaban el cristianismo y sus variantes como instituciones predilectas8, herramienta para su supuesto «progresismo»; pero aquí vienen los espiritas con su antagonismo, y Leopoldo Lugones trata remediar este problema individual y social con sus formulas teosóficas que permean en su literatura.

Supongo que Lugones tuvo alguna lectura y simpatía con el filósofo alemán Friederich Nietzsche, sea porque éste había escrito el ensayo El Anticristo. O incluso dio sus respectivas hojeadas a Edar Allan Poe. Sí. Quizás hasta a Lovecraft. Esto lo traigo a relación porque el libro donde Lugones publicó La lluvia de fuego fue lanzado al público lector en 1906; así que, muy probable que Nietzsche y estos otros notables escritores del terror tuvieron gran influencia con este literato argentino, pero esto se podría dejar para otro estudio; sin embargo es muy interesante esta relación, ya que por esas fechas Leopoldo Lugones estaba de viaje en Europa; por lo tanto, él debió haber leído El anticristo, y, posiblemente surgieron bastantes ideas desde su lectura.

Concluyendo con este cuento, se ve que las cosas se complican con la lluvia de cobre y caen grandes llamaradas al pueblo, el cual termina siendo exterminado por una justicia divina; justicia que el desencarnado ignora por completo al parecer; luego el protagonista entra a su sótano en el cual tiene un pomo venenoso, que luego usa para quitarse la vida antes de ser muerto por aquella catástrofe sobrenatural10. ¿Y qué es este desenlace? Pues ni más ni menos que el verdadero libre albedrío de que el humano pueda destinar su muerte cuando él quiera y no por “justicia divina” o “causa divina”. No obstante, está la última frase, donde la ira de Dios11 estaba entrando en su sótano y se desenlaza esto:

Oía afuera el huracán de fuego. Comenzaban otra vez a caer escombros. De la bodega no llegaba un solo rumor. Percibí en eso un reflejo de llamas que entraban por la puerta del sótano, el característico tufo urinoso… Llevé el pomo a mis labios, y…

Así termina el cuento; pero ¿Qué le pasó en verdad al personaje? Eso queda en duda y en dos posturas: una es la de que él mismo se suicidó, cosa curiosa, porque el suicidio es un grave pecado en la religión judeocristiana. El otro es que no hay opción, Dios es el que elige el destino del hombre; por más que él trate de forjar su propio camino, siempre estará aquel ser divino omnipotente que se encarga del verdadero camino y al final se llevará a cabo su voluntad.

Vamos a otro cuento de Lugones, de igual, ya que estos dos cuentos contienen un tema bíblico, sólo que se basan más en el antiguo testamento y, quiera o no el lector, hay mucha relevancia en unos «ojos críticos» que se introducen con un personaje o con un dialogo dentro del cuento. Además, el relato que sigue es casi una secuela del otro, o mejor dicho, suceden de modo sincrónico, pero este deja pasar un poco más allá del acto punitivo de Sodoma y Gomorra. Empecemos con este extracto del cuento La estatua de sal:

Sosistrato era un monje armenio, que había resuelto pasar su vida en la soledad con varios jóvenes compañeros suyos de vida mundana, recién convertidos a la religión del crucificado. Pertenecía, pues, a la fuerte raza de los estilitas. Después de largo vagar por el desierto, encontraron un día las cavernas de que os he hablado y se instalaron en ellas. El agua del Jordán, los frutos de una pequeña hortaliza que cultivaban en común, bastaban para llenar sus necesidades. Pasaban los días orando y meditando. De aquellas grutas surgían columnas de plegarias, que contenían con su esfuerzo la vacilante bóveda de los cielos próxima a desplomarse sobre los pecados del mundo. El sacrificio de aquellos desterrados, que ofrecían diariamente la maceración de sus carnes y la pena de sus ayunos a la justa ira de Dios, para aplacarla, evitó muchas pestes, guerras y terremotos. Esto no lo saben los impíos que ríen con ligereza de las penitencias de los cenobitas. Y sin embargo, los sacrificios y oraciones de los justos son las claves del techo del universo.

Aquí está una tesis del cuento, o mejor dicho, una posición a la historia y dogma judeocristiano. No obstante, hay un personaje muy interesante y sólo está en la pequeña escena de la caverna; el peregrino misterioso, que entra y cambia todo el ambiente del cuento; es la chispa que prende la mecha de la dinamita que está pronto a estallar en alguna mina de algún mineral de algún previo invaluable y de alguna manera sataniza; y, por otro lado no lejano a satanizar, esto se relaciona con la idea de la manzana de la sabiduría y la tentación de Adan y Eva. Pasemos a este otro extracto de la llegada del peregrino misterioso:

Pero una mañana, mientras el monje rezaba con sus palomas, éstas asustadas de pronto, echaron a volar abandonándole. Un peregrino acababa de llegar a la entrada de la caverna. Sosistrato, después de saludarle con santas palabras, le invitó a reposar indicándole un cántaro de agua fresca. El desconocido bebió con ansia como si estuviese anonadado de fatiga; y después de consumir un puñado de frutas secas que extrajo de su alforja, oró en compañía del monje.

¿Sería Caín? ¿El Judío Errante? ¿O el mismísimo Lucifer? Es muy interesante este párrafo, porque se puede interpretar de algunas maneras; la mía es: la entrada del peregrino misterioso es como penetrar la virginidad del monje Sosistrato, así, desvirgando toda su pureza y a la vez, como ya se dijo, satanizando aquel espíritu del monje, turbando su santidad y a la vez es la llave endemoniada que abre la puerta del desenlace del cuento. Veamos esta otra parte, en el dialogo del peregrino y el monje Sosistrato:

—He visto los cadáveres de las ciudades malditas —dijo una noche a su huésped-. He mirado humear el mar como una hornalla, y he contemplado lleno de espanto a la mujer de sal, la castigada esposa de Lot. La mujer está viva, hermano mío, y yo la he escuchado gemir y la he visto sudar al sol del mediodía.
—Cosa parecida cuenta Juvencus en su tratado De Sodoma —dijo en voz baja Sosistrato.

¿Cuál es la función de este dialogo? ¿Hay algo más allá que una simple platica entre el protagonista y el peregrino? Mi interpretación es la siguiente: el peregrino es ni más ni menos que la otra posición o antítesis del cuento, y también la voz del autor Leopoldo Lugones, en la cual critica la forma de ver la religión judeocristiana, así dando fuertes latigazos de fuego a sus tradiciones; sigamos con lo que le sigue a esta plática tan nuclear:

—Sí, conozco el pasaje -añadió el peregrino-. Algo más definitivo hay en él todavía; y de ello resulta que la esposa de Lot ha seguido siendo fisiológicamente mujer. Yo he pensado que sería obra de caridad libertarla de su condena...
—Es la justicia de Dios —exclamó el solitario12
—¿No vino Cristo a redimir también con su sacrificio los pecados del antiguo mundo? -replicó suavemente el viajero que parecía docto en letras sagradas-. ¿Acaso el bautismo no lava igualmente el pecado contra la Ley que el pecado contra el Evangelio?...13

En la última línea del diálogo en la cual habla el peregrino, es esa llave que comentaba anteriormente, y a la vez es la profunda y clara voz poética14 de Leopoldo Lugones. ¿Cuál es el pecado de haber vuelto la mirada a algo que había prohibido Dios? ¿La natural curiosidad del hombre? Esto es una clave: la curiosidad; sin embargo la mujer de Lot duró cientos de años encerrada en ese letargo de sal.

Después del diálogo, esa curiosidad que el peregrino misterioso le infunde al monje Sosistrato es irresistible15, así que éste ora y ora por no caer en la tentación, pero un ángel le permite que bautice a la mujer de Lot y le redima sus pecados16. Sosistrato se dispone a hacerlo, va con la mujer en estatua de sal. La admira al verla y a la vez le horroriza su estado empedernido, pero de todas maneras la bautiza. Luego, cuando ella vuelve a sus carnes y deja atrás ese estado petrificado, el monje Sosistrato le entra la harta curiosidad de saber en qué fue lo que vio la mujer de Lot en cuanto volteó a ver a Gomorra, pero ella se resiste a responder. Este es el desenlace del cuento:

—No... no... El sol acababa de ponerse.
—¡Habla! La mujer se aproximó. Su voz parecía cubierta de polvo; se apagaba, se crepusculizaba, agonizando.
—¡Por las cenizas de tus padres!...
—¡Habla! Entonces aquel espectro aproximó su boca al oído del cenobita, y dijo una palabra. Y Sosistrato, fulminado, anonadado, sin arrojar un grito, cayó muerto. Roguemos a Dios por su alma.

Entre otros cuentos que se adentran a un tema bíblico o solamente cristiano, también se ven sutilmente o de gran manera estas críticas. Por eso opino que Leopoldo Lugones era como un anticristo hacia los positivistas, porque era su antítesis, cosa que ya se había dicho antes. Sin embargo, todavía le falta por, digamos, rascarle a este tan interesante tema, sea porque da para mucho más y tal vez se pueda refutar con argumentos bastante cuerdos. No obstante, no hay que dejar al lado esa subversión que tenían los espiritas en aquellas décadas; buscando otros caminos que puedan responder a incógnitas de la vida; también buscando alternativas a ya tan cansadas creencias, y por otro lado las arbitrariedades del estado.


Este apodo se lo he puesto yo, por lo pronto, sea por el ensayo El Anticristo de Friederich Nietzsche que critica al cristianismo.
Conste que estas preguntas retóricas son meras suposiciones, con las cuales mi objetivo es reflexionar el argumento del texto desde una óptica anticristiana.
O respuesta cosmogónica.
Leopoldo Lugones de alguna manera seguía una doctrina muy espiritual y metafísica.
Tal vez también se pueden tomar los otros 3 pecados capitales restantes, en cuanto a la soberbia es pensar de que él ya lo tiene todo el desencarnado y no necesita de más porque con él y sus pertenencias materiales ya es suficiente. También está la Ira contra la muerte, que él prefiere matarse a sí mismo con el pomo venenoso; y por último la envidia, que probablemente se me haya pasado un argumento exacto para evidenciar este último pecado capital, sin embargo, me imagino que de manera cifrada, tal como lo hacía Cervantes, está por ahí rondando una evidencia de ello.
Cesalpino-Fierro, Grijalbo: Diccionario enciclopédico, tomo 2, Ediciones Grijalbo S.A., 1986.
¿Y qué es la teosofía?; Teosofía.- Término de origen neoplatónico reasumido en la edad moderna por diversos grupos que pretenden un conocimiento de lo divino basado en experiencias místicas y religiosas, mezcladas a menudo con elementos parasicológicos y ocultistas, generalmente de origen oriental. ;para sus promotores, la Teosofía es el desarrollo de filosofía y ciencia, unido a diversas religiones, buscando lo que haya en ellas de sabiduría divina; Cesalpino-Fierro, Grijalbo: Diccionario enciclopédico, tomo 5, Ediciones Grijalbo S.A., 1986; Wikipedia, Teosofía.
Y, vaya, sigue estando vigente tal situación.
Friederich Nietzsche, Der Antichrist, Fluch auf das Christentum, 1888.
10 El desencarnado de Gomorra.
11 Una llama de fuego; la ira de Dios es mi interpretación tal vez un poco exagerada.
12 Véase la forma de determinar al monje Sosistrato como “el solitario”, mientras se habla de una mujer condenada y a la vez de una llamarada de tentación que envía el peregrino misterioso que termina siendo ni más ni menos que el mismo demonio de los mil y un nombres: Satanás.
13 Discúlpenme si cito mucho y a veces con tan largas citas, pero me es fundamental llevar a cabo este método, para no dejar cabos sueltos y tener un desarrollo más sustancial; bueno, espero que así sea.
14 Por así decirlo.
15 Clarísimo que también se puede decir curiosidad por tentación.
16 Situación ambigua, ya que tal vez pudo haber sido el mismo Satanás o en verdad sí fue un ángel de Dios.

Bibliografía citada y consultada:

  • Leopoldo Lugones, “La lluvia de fuego”, Las fuerzas extrañas, edit. Premià editora S.A., México 1984.
    Leopoldo Lugones, Obras en prosa, edit. Aguilar, México 1962.
  • José Mariano Leyva, El ocaso de los espíritus en el siglo XIX: El espiritismo en México del siglo XIX, edit. cal y arena, México 2005.
  • Fabián Banga, Lugones y el espiritismo, artículo de la revista Lucero, University of California at Berkley verano 2002.
  • Helena Zbudilová, La narrativa fantástica de Leopoldo Lugones, pensam.cult., Vol. 10, noviembre 2007.
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