Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción.
— Simón Bolívar
Hemos creado nuestros propios firewalls. Hemos cocinado y consumido nuestros propios virus, spams, troyanos y demás perdiciones que nos mantienen insulsos, casi muertos. Y la mejor manera de dañarnos es creando rituales perniciosas, enmascarados por religiones y sus dogmas como alfiles.
La doctrina más calumniada, y con justas razones, es la judeo-cristiana que, juntas o separadas, en los anaqueles de la historia humana han destruído gradual o absolutamente consciencias elevadas de homínidos con grandes ideas y sentimientos. De hecho, estos individuos son los que en verdad han hecho que el gen humano trascienda, mientras los judeo-cristianos se apropian de sus aptitudes más ventajosas; y así, sigilosamente, con una mano escondiendo el brillante oro de aquel tesoro, tal fortuna se maldice, convirtiéndose en hipocresía, cinismo y antipatía.
Ese es el problema de un sociópata que no sabe formarse, con el tiempo se corrompe y destruye todo lo que ve, porque el odio se engendra desde su subconsciencia, luego crece, crece y crece, hasta que ese infierno quema con sus fenomenológicas llamas a la Existencia misma, de ahí los daimones griegos como verdaderos demonios, de ahí el real inframundo en nuestra tierra.
¿Qué es lo que hace el judaísmo? Odio, genera odio y soberbia; ¿y el cristianismo por sí solo? Odio, asfixia consciencias y es menor la soberbia, aunque en esto último es digno competidor de su antecesor teológico. Igualmente, ambas creencias han movido el mundo, trastocándolo a lo tonto, e, injustamente, multiplicando acciones impunes por milenios llenos de guerras, inquisiciones y perversiones que llegan hasta nuestros infantes.
Son gran parte del cáncer humano que arruina tanto a su raza como al Universo.
Y de esta manera se pierde la humanidad misma, se desarraiga de su naturaleza, de su esencia orgánica, la limpia con un ácido que le hace sentir un placer inmundo, símil a la experiencia de un castramiento, pero aquí, sí, del alma, de la consciencia, partiéndola o desintegrándola, en vez de curarla, integrarla o separarla. ¿Por qué? Porque la consciencia es muy peligrosa, es la herramienta más poderosa que tenemos como terrícolas, es lo que más nos ha empujado a destruír como construir, a evolucionar a nuestro gusto y disgusto; sin embargo, es lo más precioso que tendremos hasta el mítico final de los tiempos.
La consciencia nos aleja y nos conecta, pero no necesariamente nos destruye.
La consciencia, como sustancia virulenta, nos expande hasta las máquinas y el universo entero.
O nos lleva hasta más allá.
No obstante, las religiones de las consciencias perdidas, que las integran tantas y tantas fes que se procrean como esporas en el aire, algunas crecen descomunalmente, mientras otras, pues, se diseminan entre varias sectas que, para bien o para mal, convocan a más a almas confundidas; asimismo, confundiéndolas más, se les enseñan, pérfidas, que ese aturdimiento es el más placentero del mundo, y por ello debemos de matar, aniquilar y prevalecer como seres supremos con cabezas de bebés diabólicos sin criterio, mientras lo demás se dirige directitito al caño del Cosmos.
Ojo: la confusión es natural, necesaria, pero no como un estado permanente, mucho menos absoluto. Vivimos de pequeñas confunsiones y pequeñas revelaciones, viajando aquí y allá, aunque no llenándonos de un líquido que ahoga la consciencia, pero tampoco cegándonos con tanto conocimiento que no podemos entender en un pris pras.
Por eso necesitamos reconstruirnos. Por eso debemos de almacenar esas religiones en la historia, el diario humano más grande, inacabable, así poniéndolas al lado de los panteísmos sumerio y griego, con delicadeza etiquetándolas como “Las Religiones Muertas del Judeo-Cristianismo”; porque, tal y como lo son, estas deberían de ser un avistamiento al pasado del cual podemos aprender, pero NUNCA como un presente que solamente nos hará recular hasta tropezar, caer, y caer muertos.
Con o sin profetas, es menester humano el buscarse, perderse y encontrarse a sí mismos, ad infinitum, ya que sin los padres de nuestro código genético, tendremos que ser nuestras propias madres, nuestros propios paters.
Y así, mágicamente, seremos fuego, hielo, tierra y aire; seremos estrellas, polvos cósmicos, planetas cafés, rojos o verdes; materia blanca, materia negra.
Seremos Uno con el Todo.
PS: Hey, no trato de ser misticista, sólo me encanta hablar como uno de ellos, sea por su retórica poética de la cual pueden salir múltiples interpretaciones. Y así.